La burbuja de la IA es el nuevo tema de moda en las publicaciones económicas. Desde aquel momento a lo Succesion, en el que Sam Altman fue destituido por la junta de OpenAI, para luego volver y destituir a toda su junta, el mundo de la inteligencia artificial parece más un producto de ficción que una realidad patente.
Cada día nos despertamos con una noticia nueva. Desde inteligencias artificiales que toman el control y tienen que ser desconectadas, previsiones de bancarrota para los líderes del mercado por falta de rentabilidad, idas y venidas de los directivos y proyectos, promesas de eficiencia que nunca se cumplen del todo a expertos que predicen el fin de la humanidad, es difícil terminar de entender qué está pasado.
¿La burbuja de la IA es real? ¿Vamos a despertarnos mañana sin ChatGPT? ¿Los robots van a dominar el mundo y vamos a acabar en Matrix haciendo de baterías para ellos?
Vamos a hacer un repaso sobre los problemas que hay en el campo de la inteligencia artificial hoy día, sus posibles soluciones y aquellos otros que no parecen que se vayan a solucionar.
Eso sí, primero, veamos los antecedentes que dieron origen a los rumores de burbuja.
La carrera de la inteligencia artificial
Llegar los primeros cueste lo que cueste. Ese parece que fue la directriz que hizo ChatGPT se convirtiera en el fenómeno global que es hoy.
No se buscaba un producto acabado o sin fallos, sino simplemente salir al mercado antes que la competencia. Cuando tu competencia son compañías como Google o Amazon, que dominan en cuasi monopolio sus respectivos mercados, sabes que te la estás jugando.
ChatGPT salió, con muchas carencias, pero logró convertir a OpenAI en el rey de la inteligencia artificial, a lo que ayudó un cuantioso contrato de colaboración con Microsoft.
La pronta salida de ChatGPT tuvo varias consecuencias. Una de ellas fue la telenovela de la destitución de Sam Altman por parte de la Junta de OpenAI. Aunque los motivos estaban bien fundamentados.
Por un lado, la Junta temía que el producto no era lo suficientemente seguro para salir al mercado. Por otro, se estaba despilfarrando el dinero (y es que si algo hemos aprendido en estos meses es que la rentabilidad de la IA es, a día de hoy, una quimera). Además, las acusaciones a Altman de déspota y crear un ambiente de abuso psicológico en la empresa, tampoco hacían fácil su posición.
Altman fue despedido y Microsoft lo contrató al momento. Después, los propios trabajadores de OpenAI pidieron su vuelta. Y volvió y se deshizo de la junta directiva de su compañía.
Mientras, la competencia hizo lo suyo, destacando Google y su IA Gemini, una IA multimodal que resistía bastante bien en cualquier comparativa con ChatGPT.
El fin del mundo y por qué los gurús de las tech están obsesionados con la IA
Han salido varios reportajes de periodistas de Silicon Valley que me parece interesante resaltar, porque podría ser fundamental para evitar que la burbuja de la IA estalle.
Se dice, y así ha sido publicado en Estados Unidos, que los grandes gurús de las tech, obsesionados con los datos, pusieron a funcionar un algoritmo sobre cuál era la principal amenaza para la supervivencia de la especie humana.
En estos momentos, amenazas no nos faltan. Cambio climático, erupciones volcánicas, potenciales invasiones de civilizaciones extraterrestres, desastres nucleares, guerras mundiales, inteligencia artificial, etc. Según los algoritmos involucrados, y con mucha diferencia, la inteligencia artificial era la principal amenaza de la humanidad.
Estos gurús, con un pensamiento tecnócrata antidemocrático muy asentado (es decir, creen que los “mejores” son los que deben liderar la humanidad y que, por supuesto, ellos son los mejores), decidieron invertir en inteligencia artificial para evitarlo.
Puede parecer contraproducente, pero su planteamiento era que, si podían controlar el desarrollo de la IA, también –como superhombres que son- podrían evitar que nos destruyera.
Además, tenían un planteamiento adicional. Al ser la amenaza tan destacada frente al resto de opciones, casi todos los recursos debían destinarse a ella, dejando de lado aspectos como los medioambientales, los principales perjudicados en la carrera por la IA.
Mientras, los trabajadores de la industria son cada vez más críticos con la IA y comienzan a proliferar los colegios libres de tecnología en San Francisco y Silicon Valley para sus hijos.
La rentabilidad, el gran campo de batalla
Más que el fin del mundo y cotilleos aparte, muchas voces de expertos afirman que el verdadero problema al que se enfrenta la inteligencia artificial es la rentabilidad.
La situación es obvia. Modelos generalistas como ChatGPT requieren ser entrenados con una cantidad ingente de datos. Esto cuesta dinero. Que el modelo procese tanta cantidad de datos para dar una respuesta también.
A esto se suma que los datos pueden acabarse y los resultados no son tan buenos como se esperaban.
Para solventar este problema, Sam Altman (este fue el motivo principal esgrimido para su despido) y compañía están desembolsando grandes cantidades de dinero.
Hace un par de semanas, saltó la noticia de que OpenAI solo tenía fondos para operar un año más antes de declararse en bancarrota. Pocos días después, saltó la noticia de que pasaría por una ronda de financiación y Microsoft, entre otros, la rescataría.
Esta situación no se da solo en OpenAI, parece que las pérdidas es lo habitual en todo el sector, con el año 2026 como año del colapso de la burbuja de la IA.
Sin embargo, el rescate de Microsoft no parece anecdótico, sino más bien la tónica general que vamos a ver en los próximos años, con las grandes empresas invirtiendo sin parar en la inteligencia artificial aun sabiendo su casi imposible retorno.
Al fin y al cabo, se trata de una táctica habitual en muchas de las llamadas empresas disruptivas, que funcionan durante años a pérdidas hasta cambiar el modelo de negocio establecido, y que, en la mayor parte de las veces nunca llegan a ser rentables.
¿Pero cuánto tiempo se puede invertir a fondo perdido?
La sostenibilidad, la gran perjudicada
Parecía que esta época iba a estar marcada por los compromisos en materia de sostenibilidad. Así, cada vez más empresas se rigen por los criterios ESG o las finanzas verdes continúan un ascenso imparable.
Sin embargo, la burbuja de la IA parece que ha llegado para cambiar esto. Empresas como Google van a incumplir sus compromisos medioambientales por el gasto energético extra que supone sus inversiones en inteligencia artificial. Y, de nuevo, es la tónica general en las grandes empresas.
Desde 2019 a 2024, Google ha incrementado sus emisiones un 48% por el uso de inteligencia artificial. Es exactamente lo contrario a lo que prometió hacer, ya que pretendía llegar a la Net Zero en 2030. Sin embargo, conforme construye más centros de datos y aumenta sus emisiones de CO2, este antiguo compromiso va quedando como papel mojado.
Recuerdo a Teresa Rojo, una profesora de sociología que tuve a finales de los 2000s en la Universidad de Sevilla y que trabajó con la Comisión Europea, que defendía que la época actual (de entonces) estaba marcada por la sostenibilidad. Tras la sociedad de la información, ella defendía en la asignatura de Opinión Pública la aparición de algo así como la sociedad verde.
Conforme pasaban los años, parecía que podía tener razón. Los compromisos medioambientales eran cada vez mayores por parte de gobiernos, empresas y la sociedad en general. Sin embargo, la llegada de la IA ha trasformado por completo el paradigma.
¿Es posible que evitando que la IA destruya la humanidad favorezcamos que lo haga el cambio climático? O incluso, ¿es posible que el invertir tanto en la IA y descuidar el clima sea una de las razones por las que la IA puede acabar con la especie humana? Veremos. O no porque estaremos muertos.
La regulación, la última esperanza para los neoluditas
Si eres de los que piensas que posiblemente estaremos muertos, todavía tienes una esperanza, la regulación. La Unión Europea, con su reciente Ley de IA, ya se ha puesto manos a la obra, proporcionando un marco regulatorio que pretende proteger de los potenciales peligros de la inteligencia artificial.
Este marco está estableciendo el estándar para el resto del mundo, así como para los propios países miembros que tendrán que desarrollar la normativa a nivel nacional.
La aparición de deepfakes y la desaparición de las barreras entre realidad y ficción son parte de los riesgos que los estados deben mitigar. La desaparición de la imagen y el vídeo como prueba o fuente definitiva de verdad (aunque siempre haya habido posibilidades de manipulación) pueden llegar a ser un peligro sin precedentes para el orden político y social.
A la vez, el propio concepto de verdad ha perdido parte de su significado. Conforme se propagan más bulos y teorías conspiranoicas como la tierra plana, o los antivacunas siguen proliferando, estamos llegando a un mundo que le dice adiós al método científico y que siempre va a encontrar una “prueba” que le permita mantener su visión del mundo.
Si a eso le sumamos los sesgos de la inteligencia artificial, que sigue beneficiando una visión muy parcial de la realidad y que se corresponde con la de las clases dominantes, el futuro puede volverse bastante oscuro para las minorías, las clases bajas y los adalides de la diversidad.
La sociedad, transformando la idea de progreso por la de cutrez
A la vez, se está generando un fenómeno contrario, provocado por la velocidad en la carrera de la inteligencia artificial. Los fallos evidentes en los textos y en el uso de IA para crear imágenes está haciendo que, para la sociedad en general, un contenido de IA, texto o multimedia, es un mal contenido.
Esto, por supuesto, tiene su implicación en el gran problema de la IA: la rentabilidad. El público en general se pregunta, ¿por qué voy a pagar una cuenta Premium para hacer contenidos con ChatGPT? Y para que la IA sea rentable no vale con que la usen (y paguen) algunas empresas, tendría que ser algo generalizado.
Un artículo como este que estás leyendo, da igual los millones de prompts que le metas, jamás (con la tecnología actual) podría ser escrito por una herramienta de inteligencia artificial actual.
Hace poco comentaba en LinkedIn que viendo un episodio de una de las franquicias de Ru Paul’s Drag Race, concretamente la canadiense, un concurso de drag queens, había un reto en el que las concursantes tenían que presentar un look basado en la inteligencia artificial.
¿Qué piensas que se pusieron? Pues, básicamente, cosas mal ejecutadas, manos con más dedos, ojos con dos pupilas cada uno y outfits que reflejaban todos esos errores que encontramos cuando la inteligencia artificial se utiliza.
¿Cómo lograr la rentabilidad de la IA? Subiendo el precio de los productos o ampliando el mercado. ¿Cómo subir el precio o aumentar el mercado cuando los resultados no son lo suficientemente buenos? Esa es una pregunta para Silicon Valley.
Decía no hace mucho otro de estos expertos en IA con mensajes apocalípticos que había un problema claro. Mientras que en revoluciones tecnológicas anteriores, se lograba hacer más rápido y barato procesos hipercualificados, en esta se ha tratado de simplificar tareas simples como escribir un email, preparar una PPT o hacer un resumen.
Tareas que no tienen un coste muy elevado, es decir, que no necesitas alta cualificación para realizarlas, pero la tecnología si requiere un alto consumo de recursos (superior a lo que supondría que lo hiciera un humano) para realizarlas.
Mientras que era muy rentable automatizar la producción en una planta de robótica, por ejemplo, no lo es tanto -no lo es- que una IA conteste por ti tus emails si quieres que no se note. Y el precio de las actuales herramientas generales de IA ni siquiera es el precio real que debería tener para ser una tecnología rentable.
Así, que la pregunta sobre la burbuja de la IA tiene una clara respuesta. Que explote o no dependerá de cuánto dinero estén dispuestas a perder las grandes tecnológicas. Lo que parece claro es que el público no está dispuesto a pagar lo que vale y que los resultados no son lo suficientemente buenos (en inteligencia artificial aplicada o modelos simples la historia es bastante distinta) para poder subir los precios de los modelos Premium actuales.
¿Puede que nos libremos de la extinción porque no queremos pagar por una foto de una mano con seis dedos? El tiempo lo dirá.